Hoy contamos en El Francotirador Audiovisual, con Ángel de la Cruz. La mayoría lo conoceréis por su trabajo en Arrugas, una peli que dió la vuelta al mundo, con excelentes críticas y varios reconicimientos, pero verdaderamente contamos con un testigo privilegiado que nos puede hablar de la realidad del panorama audiovisual en los últimos años desde la veracidad que ofrece la cercanía; el haber estado allí. El artículo una vez más merece mucho la pena.
Gracias amigo, por muchos proyectos juntos!
Hacer
cine es volar.
Hace
ya un tiempo, el amigo Rubén García Franco, autor y artífice
de este blog, nos invitó a varios profesionales del audiovisual,
entre los que tuve el privilegio de hallarme, a que escribiésemos
una entrada para El francotirador audiovisual.
Cargaré
entonces con balas de plata —para poder abatir incluso a los
lobisomes, si hubiera o hubiese menester— mi carabina, a la
espera de que, al contrario que la de Ambrosio, sirva para el
objetivo que pretendía Rubén de informar y divulgar temas de
reflexión sobre nuestro audiovisual y, tratándose de mí, de
nuestro cine.
Hace,
escasamente un mes, se inauguró en el Museo Gaiás de la
Cidade da Cultura de Galicia la exposición Cinegalicia
25 que conmemora el veinticinco aniversario del estreno de
los tres primeros largometrajes gallegos exhibidos comercialmente en
salas de cine: Continental, Urxa y Sempre Xonxa.
Veinticinco años nada más. Pero, también, veinticinco años nada
menos.
Comisariada
por el escritor y crítico de cine —y, sin embargo, amigo—
Miguel Anxo Fernández, la muestra es una oportunidad única
para conocer la historia de nuestro cine y, por ende, nuestra propia
historia porque el cine no es más que el reflejo de las inquietudes
de las que una sociedad disfruta o adolece.
Miguel
Anxo Fernández, comisario de Cinegalicia 25, reflejado en el espejo
de maquillaje de Chano Piñeiro (propiedad de Mariluz Montes)
De
las muchas frases que nos ha dejado Chano Piñeiro para la
posteridad hay una que a mí me gusta especialmente por encima de
todas las demás y que su viuda, Mariluz Montes, no se cansa
de repetir: “Facer cine é voar”. Sí, tenía razón el
añorado Chano, hacer cine es volar. Y esa es la sensación
que te queda después de visitar esta exposición, la de que has
volado a través de los años, la historia y el esfuerzo de un
colectivo que, si bien es muy joven, suma muchos años de esfuerzo,
voluntad, tenacidad y una perseverancia fuera de lo común. Sangre,
sudor y lágrimas en sueños de celuloide.
Por
eso, porque hacer cine es volar, no es coincidencia que, en primer
lugar, nada más entrar, el visitante se encuentre una sección
dedicada a las tres películas inaugurales del cine gallego en la
que, de entre todos los objetos allí exhibidos, destaca uno: la
bicicleta voladora do Caladiño que pudimos ver en Sempre
Xonxa. Perfecta mezcla, como el cine mismo, de magia y
fantasía —esa que siempre ha tenido el hombre y que tenía Chano:
volar, en este caso como metáfora cinetécnica— y el neorrealismo
de nuestra cinematografía autóctona. Porque nosotros no volamos
como Supermán, ni en lujosos aviones o naves espaciales, ni
con sustancias lisérgicas de ningún tipo, sino en humildes
bicicletas con alas. Eso sí, provistas hasta de orinal, muy útil y
de agradecer, para que, si al pasajero del aparello le entra
ganas de hacer aguas menores en pleno vuelo, no se vea obligado a
miccionar sobre los mortales que se quedaron en tierra firme.
Realismo mágico gallego donde los haya.
La
bicicleta alada do Caladiño
Junto
a la bicicleta está también el neón de Continental
(Xavier Villaverde, 1989) o el monolito de Urxa
(Carlos L. Piñeiro, Alfredo G. Pinal, 1989), además de otros
objetos como numerosas fotos y afiches, las pistolas del cartel de la
primera, la claqueta de Xonxa o la boina que usaba el propio
Chano.
El
neón de Continental
Pero
no termina aquí la exposición, solo acaba de empezar. A
continuación, el visitante se adentra en la auténtica historia del
cine gallego comenzando por visitar los antecedentes, es decir, el
período que comenzó con el propio nacimiento del cine pues, si la
primera exhibición pública de los hermanos Lumière fue el
28 de diciembre de 1895 en el Grand Hotel del Boulevard de
Los Capuchinos de París, solo 9 meses después, como si
de un embarazo se tratase, el 4 de septiembre de 1896 se realizaba la
primera exhibición pública de películas en Galicia,
concretamente en el Teatro-Circo de A Coruña, para, al
año siguiente, inaugurar los primero rodajes, mérito del fotógrafo
francés afincado en Coruña, José Sellier. Junto con
Sellier, podemos
ir descubriendo en el recorrido los trabajos de otros precursores,
entre los que destacan el realizador José Gil, la primera
estrella del cine gallego, Carolina Otero —la Bella
Otero—, el primer gran exhibidor Isaac Fraga o la
primera película de ficción Miss Ledyia (José
Gil, 1916) en la que, por cierto, interpretaba un papel
secundario Alfonso Rodríguez Castelao. A esta siguieron
otras, todavía de cine mudo, que también tienen su hueco en la
exposición como Carmiña, flor de Galicia (Rino
Lupo, 1926) o La tragedia de Xirobio (José
Signo, 1930). La llegada del sonoro a Galicia, el cine
durante la República, el cine del franquismo y apartados
especiales como el dedicado al ourensano Carlos Velo que,
exiliado en México, llegó incluso a estar preseleccionado a
los Oscar con su documental ¡Torero!
El
monolito de Urxa
Pero,
la sección principal de la exposición la constituye sin duda la
muestra de cine gallego, a partir de 1989, con 25 películas que
resumen los 25 años de trayectoria. Lógicamente hay muchas más,
pero el comité que las seleccionó tuvo mucho cuidado en elegir una
variada representación de todas las sensibilidades, temáticas,
géneros y estilos de nuestra filmografía común, desde el
costumbrismo al cine experimental, pasando por el dogma, el realismo
mágico y el cine más comercial.
Dramas, comedias y thrillers se fusionan en una amalgama de obras de
las que se exponen carteles, fotografías y objetos de lo más
variado. Así, Celda 211 (Daniel Monzón, 2009)
se codea con Todos vós sodes capitáns (Oliver
Laxe, 2010), o las preciosistas Belas durmintes
(Eloy Lozano, 2001) y León y Olvido (Xavier
Bermúdez, 2004) con las más innovadoras 18 comidas
(Jorge Coira, 2010) o la dogma —certificada por el mismo
Lars von Trier— Era outra vez (Juan Pinzás,
2000), solo por mencionar una pequeña muestra de su pluralidad.
No
os voy a desvelar los fetiches cinematográficos que allí
descubriréis, solo contaros que, entre las películas seleccionadas,
tengo el honor de que también haya sido elegida Los muertos van
deprisa, en cuyo rincón podéis encontrar desde una libreta de
localizaciones con acuarelas originales mías, al guión final de la
película anotado a mano, el guión técnico completo o el
story-board de la misma dibujado por Alberto Taracido.
También encontraréis expuesta la pieza de la cúspide del monumento
al percebe que impedía el paso del camión que conducía Neus
Asensi, provocando el atasco que da lugar al conflicto de la
película, o el pagaré comprometiendo favores sexuales que esta le
firma a Manquiña a cambio de información, ambos aportados
por la directora artística Marta Villar. Lugar preeminente,
además, ocupa la foto gigante de la “bombonera” (espacio en cuyo
interior se pueden asistir a la proyección de varias piezas
audiovisuales), casi a tamaño natural, de todo el equipo que comenzó
el rodaje en el 2006, antes de que la película se suspendiera, y que
continuó en el 2008, frente
a la cual está montada la recreación de un rodaje, idea genial de
carácter divulgativo donde se puede apreciar el puesto de cada
técnico o artista en un set de grabación (fantástica idea también
la de ampliar a tamaño póster una orden de rodaje para que
el público pueda apreciar en lo que vale la organización y el
esfuerzo que constituye una jornada de grabación).
La
esquina de Los muertos van deprisa
Este
gigantesco daguerrotipo es, sin duda, uno de los elementos que más
impresiona. Aunque a mí, personalmente, me encantó la vaca de los
Crebinsky (Enrique Otero, 2009) y, sobre todo,
mi preferido: el trabajadísimo set en miniatura de la película de
stop-motion O Apóstolo (Fernando Cortizo,
2012).
Decorado en miniatura de la Biblioteca de O Apostolo
Además
de esta sección principal, os encontraréis las secciones Galicia
Plató de Cine, con otras 25 películas foráneas rodadas aquí
(largometrajes, entre otros, de Amenábar, Almodóvar,
Fernando León de Aranoa, Gerardo Herrero, Adolfo
Aristarain o el mismo Roman Polansky), 25 Ficcións
Televisivas (series y películas para televisión como Padre
Casares, Platos combinados, Libro defamilia,
Entre bateas, Mar libre, Matalobos, etc.) y 25 Pezas Máis
, en las que hallaréis desde cortometrajes y videocreaciones a cine
de animación.
Aquí,
en la sección de animación, están también El bosque
animado, con sus carteles, planchas de story-board,
fichas manuscritas de mi puño y letra de la escaleta previa al
guión, la novela que utilicé para la adaptación original, anotada
y subrayada por mí, etc., o Arrugas, representada por
el cartel de su exhibición en Japón a cargo de los estudios
Ghibli de Hayao Miyazaki, el libro de arte de la
película, el cómic original y el Goya al Mejor Guión
Adaptado de 2012 al lado de la última versión del propio guión.
Y no es, ni mucho menos, el único Goya que campa por la
exposición.
Pero
no termina aquí el recorrido, porque que también os encontraréis
las secciones Cine en Papel, con todo tipo de publicaciones
sobre cine gallego (revistas, diccionarios, ensayos, etc.) que podéis
hojear y Contornos, que abarca información diversa sobre
festivales, asociacionismo, escuelas, instituciones, webseries, etc.
Como
decía al comienzo, una forma fantástica de aprender sobrevolando la
filmografía gallega desde sus comienzos. Pero también una forma de
entender que no debemos olvidar nuestra herencia porque, para que
ahora algunos podamos llevar a cabo nuestros proyectos, desde las
películas con ambición más comercial hasta las ideas más
vanguardistas o experimentales del citado cine autoral, tuvo
que haber antes unos visionarios que a golpe de fouciño
desbrozaran la maleza de la fraga. Para que ahora podamos dedicarnos
a este oficio, tuvieron antes que aprender, fracasar o triunfar
muchas generaciones de cineastas, empresarios, actores, autores y
artistas de todo tipo que sobrevolaron con rústicas bicicletas
aladas los accidentes de esta peculiar orografía profesional e
industrial gallega.
Hablando
en plata —la misma que la de las balas de mi carabina—, jamás
podrían haberse estrenado filmes como Vikingland (Xurxo
Chirlo, 2011) o el ya mencionado Todos vós sodes capitáns
sin el concurso anterior de creadores como Carlos Velo, Eugenio
Granell o Ignacio Pardo, por ejemplo. Ni producciones como
la mentada Celda 211 o Concursante
(Rodrigo Cortés, 2007) si antes no se hubieran rodado
Contiental o Dame Lume (Héctor Carré,
1994). Ni existirían Padre Casares, Luci o Pazo de Familia si no hubiesen abierto en su día la puerta de la ficción televisiva Os outros feirantes o Pratos Combinados. O, por utilizar un ejemplo más reciente, no existiría A
esmorga (Ignacio Vilar, 2014) si no existiesen Urxa
o Sempre Xonxa.
Carlos Velo, ¿viejo precursor do Novo Cinema Galego?
Ni
yo tampoco estaría escribiendo hoy esto si hace 25 años, cuando aún
trabajaba en una ingeniería, Chano, Xavier y Alfredo y
Carlos no hubiesen estrenado sus respectivos filmes.
En
definitiva, 25 años es una fecha ideal para recapitular y
reflexionar. Porque, parafraseando libremente a Cicerón, un
pueblo que olvida su pasado es un pueblo sin futuro. Para esto,
precisamente, sirven las exposiciones conmemorativas. Para eso y
para, como el propio cine, educar, divertir y entretener al público.
¡Enhorabuena!,
Cinegalicia25 lo ha conseguido.
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